Gavin Menzies. Grijalbo, 608 páginas.
Quizás todos tengamos ese espíritu aventurero de niños. La historia que nos enseñan es de navegantes, conquistadores, descubrimientos; de meses de travesía, de piratas y corsarios; las obras que leemos, de capitanes de quince años y de viajes a la luna, alrededor del mundo o al centro de la tierra. Y aun así, quizás por nuestros propios patrones culturales, algunas de esas historias no se nos contaron. O por lo menos no desde todas las perspectivas.
1421: El Año que China Descubrió el Mundo, es esa misma historia, sólo que en versión oriental. De almirantes eunucos ávidos de la misma gloria que en nuestra infancia otorgamos a Vasco Da Gama o Cristóbal Colón. De largas travesías en juncos magníficos de la más fina teca que hoy solo vemos en muebles tontamente caros o decks, aun más tontos, en Malibú y Dubai.
Una nota de advertencia, sin embargo. Si está buscando una teoría sólida que fundamente adecuadamente sus postulados, no lea esta. 1421 tiene de interesante su novedad, las coloridas descripciones, los largos devaneos de su autor, su carácter casi mitológico, su sentido de la gloria del navegante. ¿De academia? Poco o nada.
Ahora, ¿será que esto último importa? ¿Acaso admiramos a Sir Francis Drake o a Elcano por saber ciertas sus hazañas? Si la vuelta al mundo o el descubrimiento de América hubieran sido producciones hollywoodenses, ¿habríamos gozado menos al oírlas? ¿Habríamos tenido menos ganas de zarpar en nuestras propias carabelas?
Gavin Menzies no renunció a ese sueño y dedicó su vida a la mar. Quizás por ello, hoy trata de congraciar sus sueños de niñez con su escepticismo adulto mediante una obra que intenta justificar fácticamente una aventura digna de Verne. Para cuando acabe la lectura se habrá dado cuenta que poco importa si lo termina logrando o no.