Meursalt es el personaje central de la historia. Trabaja en Argel y al morir su madre en un asilo de ancianos tiene que regresar a París. La entierra y vuelve a su trabajo, a su rutina diaria, sin extrañarse de lo ocurrido, sin sentir pena ni recordar a su madre, cuya edad, además, declara no conocer según le dice a varios vecinos.
Ocurre un confuso accidente y Meursalt mata a un árabe; lo detienen y lo enjuician. Lo sentencian, finalmente, y va a prisión.
Meursalt no demuestra ningún arrepentimiento; en realidad no tiene sentimientos: es un extranjero. Ha vivido aislado, aburrido, acostumbrado a la vida sedentaria, sin instantes de felicidad ni momentos de sufrimiento, como todo humano normal. Es un hombre sin aspiraciones, muerto en vida.
Camus con esta obra inflinge un duro cuestionamiento a la humanidad después de la segunda guerra mundial: la desolación derivada del enfrentamiento bélico hace que el hombre se vacie de ternura y sentimientos; la representación de la indiferencia con la propia vida y el contrasentido que ello implica.
El extranjero constituye un resumen del hartazgo de vivir, de su monotonía y de la falta de estímulo; del desamor y la indiferencia humanos, expresados en las actitudes de Meursalt cuando muere su madre y la entierra sin demostrar pena, y cuando recibe la sentencia judicial por haber matado a un semejante sin tener ningún remordimiento.
Camus fue un defensor, en su tiempo, de la libertad del hombre y, también, un notable animador del debate y de la reflexión alrededor del destino de la humanidad y de la búsqueda de la felicidad, no obstante la engañosa indiferencia que, por su origen argelino, suscitaba entre algunos de sus contemporáneos.