Desde su surgimiento a la vida política a inicios del siglo XX, el APRA ha sido una presencia permanente en el país. Pero después de 80 años los virajes y reacomodos en el discurso, la ideología y la praxis del partido de Alfonso Ugarte resultan tan frecuentes que pueden llevarnos a preguntar qué relación existe entre el APRA fundacional y el partido actual. El presente artículo ensaya una reflexión respecto a la presencia aprista y su relación con los orígenes partidarios valiéndose para ello de dos hilos conductores: la memoria del martirologio y las posturas antiimperialistas. Creemos que ambos tópicos pueden ayudarnos a comprender los sinuosos caminos del aprismo y sus aparentes paradojas, reflejo de la constante tensión entre los ideales transformadores y el cálculo político.
Las paradojas de la memoria: El martirologio y el aprismo fundacional
La fundación del APRA fue un acto de vanguardia protagonizado por dirigentes estudiantiles comprometidos con las luchas de la clase obrera durante el gobierno de Augusto B. Leguía. De corte más bien pragmático y una férrea vehemencia, el líder aprista dejó siempre en claro su aspiración de tomar el poder, vocación que no encontraba eco en el Partido Socialista creado por Mariategui. Los cambios políticos ocurridos en la década del 30 le darían al APRA la oportunidad de participar en elecciones, teniendo como su principal contendor al candidato de la derecha Luis M. Sánchez Cerro quien finalmente gana una contienda en la cual Haya no aceptó los resultados electorales. Las protestas del “pueblo aprista” desataron una desmedida represión estatal que marca una etapa de persecución y violencia orientada a erradicar el aprismo de la vida política; el partido es proscrito y se producen distintas sublevaciones que llenan las prisiones de apristas siendo el mismo Haya de La Torre encarcelado. La rebelión más grande se produce en Trujillo el 7 de julio de 1932, cuando el movimiento liderado por Manuel “Bufalo” Barreto ataca el cuartel O’ Donovan. Tras 48 horas de enfrentamiento, el gobierno envía un regimiento militar que apaga la sublevación a sangre y fuego; la ciudad es bombardeada por una flotilla área y son fusilados cerca de 2000 apristas en Chan Chan(1).
¿Qué recuerda la memoria partidaria de estos hechos? Analizar las memorias implica reparar en el proceso de selección respecto a los hechos del pasado emprendido por sujetos que, mediados por sus colectividades, construyen discursos a ser transmitidos. Generalmente en el caso de hechos políticos, las memorias colectivas inscriben el pasado en disputas de poder, siendo fundamental lo que Todorov2 denomina los “usos de la memoria”. Al ser la memoria un trabajo de selección que recoge y clasifica información en base a ciertos intereses, es susceptible de ser instrumentalizada pudiendo levantarse determinados hechos o silenciarse otros según los fines que el grupo estime convenientes. En el caso del APRA, la tarea de construir memoria e instrumentalizarla supuso adecuar la memoria del “martirologio” a las necesidades coyunturales. Paradójicamente, a la vez que la memoria de los mártires cohesiona el nosotros partidario y marca una identidad basada en el sacrificio y la disciplina, el partido vira a posiciones conservadoras poco coincidentes con los reclamos de transformación social levantados por los rebeldes masacrados en Trujillo. Salvo algunas rupturas críticas que reivindicaron la rebeldía inicial –el MIR fundado por De La Puente Uceda o el MRTA liderado por Polay- el Partido Aprista ha logrado mantener la hegemonía sobre la memoria del martirologio y sus posibles usos, institucionalizando su función integrativa. Como lo reconocen los jóvenes militantes, “ser aprista es sufrir el martirologio, compartir una simbología común que genera integración(3)”.
De otro lado ¿qué memoria del martirologio se presenta hacia la sociedad? Al respecto, ésta pareciera ir en dos sentidos: como partido que busca posicionarse en la escena política y como gobierno con facultades para asumir determinadas medidas. Como partido, la alusión a la memoria del martirologio ha dejado de ser algo central; conforme el partido fue estableciendo alianzas con sectores de la derecha, las alusiones al carácter insurreccional fueron disminuyendo. En las últimas campañas electorales, a fin de ganarse a los sectores menos convencidos y presentarse como una opción de “centro”, el partido procuró desmarcarse de asociaciones incómodas, provenientes especialmente de la derecha que suele recordarle esta “huella de origen”. Con la excepción de Armando Villanueva (único sobreviviente de la segunda generación aprista), las principales figuras no hacen una abierta reivindicación de esos hechos, explicándolos más bien como parte de una etapa “auroral” superada por un partido moderno y responsable. Como gobierno, en ninguno de sus dos períodos el APRA ha implementado una “política de memoria” respecto a los hechos de la década del 30 que incluyan verdad, justicia y reparación para quienes sufrieron cárcel, destierro o el asesinato de algún familiar de manos del Estado. ¿Tendría que haberlo hecho? Hoy que las comisiones de la verdad se hallan legitimadas podría afirmarse que sí pero en cuestiones políticas hay más intereses de por medio. Sin duda, los sucesivos pactos y negociaciones que precedieron la llegada del APRA al poder llevaron a cerrar el capítulo del martirologio al menos como asunto de Estado. Incluso el 2007, en que se conmemoraron 75 años de la revolución de Trujillo, no hubo ninguna alusión oficial al respecto. Asimismo el conflicto armado interno reciente significó el asesinato de autoridades y líderes apristas, siendo más conveniente hoy reivindicar a estos “mártires de la pacificación”. Las numerosas denuncias de violaciones a los derechos humanos cometidas por el gobierno aprista revelan además un comportamiento poco respetuoso de los derechos humanos y una escasa disposición por emprender procesos de justicia y reparación.
La paradoja indoamericana: ¿El anti imperialismo del APRA?
Al momento de su fundación, Haya de La Torre concibió al APRA como un proyecto indoamericano, anclado en la herencia de las ancestrales civilizaciones del continente. Su temprano exilio en México puso al líder en contacto con una activa vanguardia latinoamericana cuyo principal eje articulador era la lucha contra el expansionismo de los Estados Unidos. En un ambiente radicalizado por el triunfo de la revolución rusa, Haya publica su celebre libro “El Antiimperialismo y el APRA”. Según Renique4, el líder aprista busca con este libro explicar la penetración capitalista en Latinoamérica sosteniendo que el capital extranjero no debe ser rechazado sino controlado por Estados fuertes capaces de oponerse a los avasalladores intereses de las potencias occidentales.
Pero, en su lucha por acceder al poder, las posturas internacionales del aprismo varían radicalmente. En la década del 40, los virajes del APRA incluyen también cambios en las posturas internacionales del partido. En 1948, Haya publica “Espacio tiempo histórico”, texto en el cual replantea su inicial critica al imperialismo, explicando el progreso norteamericano como parte de ritmos nacionales particulares, de modo que el imperialismo puede ser la última etapa de expansión capitalista en Europa y Estados Unidos pero la primera en Latinoamérica, por lo cual deben conciliarse intereses y no necesariamente caer en oposiciones radicales. En cuanto a las posturas de integración indoamericana, el desempeño aprista en el gobierno ha manifestado serias limitaciones para impulsar el bloque continental propuesto por el rebelde Haya de los años 20. Durante su primer gobierno, el APRA mantuvo un cierto perfil integrador y “antiimperialista” reflejado en el impulso al Grupo de los No Alineados y en la oposición a la política intervencionista de los Estados Unidos. Sin embargo, el peso de la crisis inflacionaria que recorría Latinoamérica, sumada al colapso del modelo de sustitución de importaciones, llevó a la mayoría de países a adherirse al Consenso de Washington siendo imposible consolidar un bloque regional capaz de negociar puntos centrales como el pago de la deuda externa. Mientras los gobiernos de la región aceptaban las políticas de ajuste estructural, en el Perú Alan García prefirió adoptar medidas más bien desesperadas, como la estatización la banca, el congelamiento del pago de la deuda y la devaluación monetaria. Resultado de esto no solo fue una catastrófica crisis inflacionaria sino también el aislamiento del Perú.
En este segundo gobierno, el APRA parece repetir las mismas dificultades para leer el escenario regional e impulsar una política de integración. Siguiendo una fórmula totalmente opuesta a la del primer gobierno, Alan García navega nuevamente a contracorriente de la mayoría de países sudamericanos y del antiimperialismo fundacional. Con la mayoría de gobiernos inclinados a la izquierda, el APRA ha desdeñado todas las iniciativas de integración en marcha: la Comunidad Andina, el Banco del Sur y el Anillo energético, son sólo muestra de ello. García prefirió firmar un tratado de libre comercio con los Estados Unidos en solitario y solicita a la Unión Europea repetir el mismo esquema desdeñando a la comunidad andina, pese a que los europeos fueron claros en señalar que no negociarían independientemente con cada país. Junto a esto se cuenta el empeño de García por ser el abanderado de los intereses norteamericanos en la región. Según Ugarteche,5 el APRA prefiere ser parte del grupo “Arco del Pacífico”, proyecto de Washinnton en el que cuenta con Perú, Colombia y México para hacer contrapeso a las iniciativas integracionistas sudamericanas. Lamentablemente para García, esta iniciativa ha quedado postergada ante los problemas de Bush y Calderón por el tema migratorio. Nada ha hecho el APRA por desmarcarse de esa iniciativa conservadora y en lugar de conversar con vecinos importantes como Brasil o Argentina o reimpulsar la CAN insiste abrir un juego propio, algo insostenible para un país como el Perú en un mundo cada vez más globalizado.
A manera de epílogo
¿Cómo logran convivir tan exitosamente la memoria del martirologio al interior del aprismo y el distanciamiento de la misma memoria hacia la sociedad y el Estado? ¿Puede considerarse todavía al APRA como una propuesta antiimperialista y americanista? Responder estas preguntas requiere un análisis más exhaustivo. Lo cierto es que desde la fundación del APRA ha corrido demasiada agua bajo el puente y poco queda de ese partido rebelde en el que los dirigentes no besaban el anillo del cardenal y apoyaban las luchas laborales pese a la pena de muerte reimplantada para condenar a sus militantes6… Será que la lucha por el poder implica inevitablemente hacer una serie de renuncias y transacciones? Que ejercer el gobierno es incompatible con ideales transformadores y la real politik se termina imponiendo con su razón de Estado a la rebeldía fundacional? Que la historia del APRA nos sirva para (re) pensar no solo la trayectoria de uno de los partidos más importantes sino también las condiciones políticas que lo hicieron posible en todas sus contradicciones y que hoy, con otros rostros y actores, parecieran no haber sido del todo superadas. Repensar, por ejemplo, la torpeza de la clase política, la pobreza de las grandes mayorías y la facilidad por las salidas represivas como un imperativo para no volver a oscilar el viejo péndulo de exclusión y violencia.