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La antropología, un arma de los militares

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En operaciones desde hace varios años, el programa Human Terrain Systems (HTS) fue considerablemente reforzado por el ejército estadounidense en septiembre de 2007 (1). Se contrataron antropólogos que fueron directamente integrados (“embedded”) en unidades de combate al nivel de las brigadas y divisiones en Irak y Afganistán. Se encargan de asesorar a los comandantes sobre las acciones culturales que se lleven a cabo en el terreno. Administrado por la empresa privada BAE System (2), el programa HTS tiene como objetivo brindar a los militares que confrontan situaciones potencialmente violentas información que les impida interpretar erróneamente los actos de la población local, y les permita analizar las situaciones en las que se encuentran.

En un artículo del 5 de octubre de 2005, The New York Times alabó los méritos del contingente de antropólogos involucrado en una importante operación destinada a reducir los ataques contra los soldados estadounidenses y afganos. Tras haber identificado una cantidad importante de viudas en la zona estudiada, los antropólogos presumieron que los jóvenes familiares de dichas viudas podían sentirse obligados a apoyarlas materialmente y por ende a unirse, por necesidad económica, a los insurgentes que pagan a los combatientes. Un programa de formación profesional para estas viudas permitiría reducir el número de ataques.

El programa HTS generó preocupación en muchos antropólogos, en la medida en que recordaba tristes antecedentes. Lanzado en 1965, el proyecto Camelot, de corta duración, los había contratado para evaluar las causas culturales de la violencia. Se utilizó a Chile como terreno de experimentación cuando la Central Intelligence Agency (CIA) trataba de impedir que el socialista Salvador Allende accediera al poder.
El segundo proyecto, bajo el nombre de Civil Operations and Revolutionary Development Support (CORDS), tenía como misión coordinar los programas civiles y militares estadounidenses de “pacificación” en Vietnam. Su objetivo era establecer una “cartografía humana” del terreno que permitiera identificar –y por ende designar como potenciales blancos– a las personas y los grupos sospechados de apoyar a los comunistas vietnamitas. Se sabe con certeza que en el curso de esa operación se utilizó la investigación antropológica.

Al igual que el juramento hipocrático que suscriben los médicos, los antropólogos poseen un código de deontología que estipula que su actividad no debe en ningún caso perjudicar a las poblaciones estudiadas, y que éstas deben “aceptar con conocimiento de causa” su participación en las actividades de investigación. Este requisito resulta evidentemente imposible en condiciones de combate. Mucha gente en el mundo ya considera a estos especialistas como espías, incluso cuando realizan investigaciones en un marco normal.

Ciencia y contrainsurgencia. En septiembre de 2007, un grupo de universitarios creó una red, la Network of Concerned Anthropologists (3), inspirada por físicos que se habían opuesto a la Guerra de las Galaxias, programa estadounidense de defensa antimisilístico lanzado en 1983 por el presidente Ronald Reagan. Redactó un proyecto de “compromiso de no participación en la contrainsurrección”. Uno de sus fundadores, David Price, de la St Martin’s University de Lacey (Washington), aclara: “No todos estamos necesariamente en contra de trabajar con el ejército, pero nos oponemos a todo lo relacionado con la contrainsurgencia, o a todo lo que constituye una violación de las normas deontológicas de la investigación. Solicitamos que nuestros colegas declaren que no quieren utilizar la antropología con ese fin” (4).

En octubre de 2007, el Consejo Ejecutivo de la Asociación Americana de Antropología publicó una enérgica declaración que, si bien no prohibía explícitamente la participación en el proyecto HTS, advertía a todos sus miembros sobre la posible violación del código de deontología de la profesión que ese proyecto generaba.

En la reunión anual de la Asociación en Washington, en noviembre de 2007, estas actividades estuvieron en el centro de una controversia que sigue haciendo furor. Durante la sesión titulada “The Empire Speaks Back: US Military and Intelligence Organization’s Perspectives on Engagement with Anthropology” (El Imperio responde: perspectivas de los militares y los servicios de información estadounidenses sobre sus relaciones con la antropología), los defensores y los adversarios del programa se enfrentaron ante una concurrida asamblea. Los participantes que habían colaborado con el ejército intentaron convencer a sus colegas del efecto saludable de su trabajo, que habría ayudado a transformar las actitudes de los militares y hacerlos más sensibles a las diferencias culturales. Los escépticos estimaron que quienes colaboran con el ejército pecan de ingenuidad en cuanto a la utilización de sus investigaciones.

Esta viva controversia condujo a una resolución que, si fuera ratificada por todos, podría reforzar el código de deontología profesional y prohibir toda actividad de investigación secreta para servicios de inteligencia.

Uno de los principales defensores de la cooperación con el ejército es la Dra. Montgomery McFate, antropóloga de Yale University, y miembro del US Institute for Peace. En un seminario realizado el 10 de mayo de 2007, McFate presentó un plan que contribuyó a la implementación del proyecto HTS. Según ella, el ejército gasta poco en la investigación en ciencias sociales, la cual podría resultar crucial para el éxito de las operaciones militares. Con el fin de llenar el vacío de conocimientos, recomendó la creación de un amplio programa de investigación en ciencias sociales, que implica la construcción de una base de datos socioculturales, gracias a la creación de una oficina central de saber cultural.

Para la profesión, ninguno de los esfuerzos de investigación defendidos por McFate plantea dificultades. Sin embargo, cuando el conocimiento se utiliza como un arma en los combates sobre el terreno, la situación se vuelve más problemática. Es precisamente esta tenue frontera entre un buen y un mal uso de la antropología la que sigue generando interrogantes.

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